La BEATA ÁNGELA SALAWA era una humilde empleada de hogar de una familia polaca. Durante los últimos meses, antes de su muerte, ocurrida el 2 de marzo de 1922, recibió muchas consolaciones de su ángel guardián. Ella era muy devota de Jesús Eucaristía y todo el tiempo libre de que disponía, lo aprovechaba para ir a visitar a Jesús a la iglesia más cercana. En la tarde del 15 de junio de 1921, se fue a la iglesia de san Nicolás, cuando el sacristán estaba para cerrar la iglesia. Él le dijo que se apresurara, pues tenía que cerrar. Ella fue a un lugar discreto, a la capilla de santa Ana. Cuando el sacristán llegó para decirle que ya era hora de salir, no la vio por ningún sitio; revisó bien toda la iglesia y no la encontró. Pensando que había salido, cerró la puerta y se fue a su casa.
A la mañana siguiente, dice él, miro bien a ver si hay alguien dentro de la iglesia antes de abrir y no veo a nadie. Y, cuando voy a abrir la sacristía, encuentro a Angela, arrodillada delante del Santísimo Sacramento cerca de la imagen de san José. Ella estaba radiante y parecía en éxtasis. Yo me pregunté por dónde había entrado [1].
Angela escribió en su Diario, escrito por obediencia a su director espiritual, lo que pasó aquella noche. Simplemente que le había pedido a su ángel guardián que la hiciera invisible para poder quedarse toda la noche a adorar a Jesús sacramentado. Y el ángel la había hecho invisible a los ojos del sacristán. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II en 1991.
[1] Wojtczak Alberto, Angela Salawa, Postulazione generale dei frati minori conventuali, Roma, 1984, p.
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