01 Consolad a mi pueblo

Una meditación sobre catequesis del Papa Francisco [1]

Consolad, consolad a mi pueblo – dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa […]». Una voz clama: «En el desierto abrid camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano y las breñas planicie. Se revelará la gloria del Señor y toda criatura a una la verá, porque la boca del Señor ha hablado»[2]

Dios consuela suscitando consoladores, sembradores de esperanza, a los que pide que alienten a su pueblo, a sus hijos, anunciando que la tribulación ha terminado, que el dolor se ha acabado y el pecado ha sido perdonado. Esto es lo que cura el corazón angustiado y asustado. Por eso el profeta llama a preparar el camino del Señor, abriéndonos a sus dones y a su salvación.

Después de tantos días de confinamiento, de tanta muerte, de tanto dolor el Señor manda a los consoladores a anunciar, por la fe, el fin de la pandemia. Con fe pues todavía hay sufrimientos y no se vislumbra el final del tunel, nuestros ojos y nuestro corazón no ve lo que el profeta proclama. Por eso es necesaria la fe, para que aceptando la palabra del profeta, creyendo en lo que tanto hemos pedido, actuemos y caminemos sobre el camino de Dios, un camino nuevo, rectificado y viable, donde se manifestará la gloria del Señor.

En época del profeta la tribulación era el exilio de Babilonia sin embargo se escucha decir que podrá volver a su tierra, a través de un camino hecho cómodo y largo, sin valles ni montañas que hacen cansado el camino, un camino allanado … sobre el desierto, sobre la estepa. El exilio fue un momento dramático en la historia de Israel, el pueblo había perdido todo: la patria, la libertad, la dignidad, e incluso la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. Pero, aquí está la llamada del profeta que vuelve a abrir el corazón a la fe. El desierto y la estepa son lugares donde es difícil vivir, pero justo allí ahora se podrá caminar no sólo para volver a la patria, sino para volver a Dios, para volver a esperar y a sonreír.

En la actualidad el pueblo sufre un confinamiento provocado por un virus diminuto que está azotando a toda la humanidad. Durante el cual tenemos enfrentamientos entre nosotros, enfermedades y muerte de familiares y amigos, soledad, hambre, sentimientos de impotencia y rabia. Otros están teniendo un trabajo extenuante, sin medios de protección, sin medios para curar, para servir, sólo paliar el dolor de algunos y no todos pues lo que hay se administra como en un conflicto bélico, prestando socorro al que tiene más potencial de  vida. La atención de otras enfermedades, incluso graves, ha quedado en pausa en la mayor parte de los sitios, sin saber si podrán ser operado o atendidos en sus tratamientos contra un cáncer que avanza inexorablemente. Los muertos son enterrados en algunos lugares en fosas comunes, por falta de espacio y tiempo.

Sabemos que la salida de esta situación será un desierto árido, quizás con quiebra de nuestros negocios, con pérdida de nuestros empleos, con una salud desmejorada por las secuelas del virus, en un país en recesión económica, con pocas ayudas institucionales por la quiebra del sistema. Pero aún así hoy llamamos a la esperanza. Dios promete revelar su gloria en este camino que va a allanar, pero sigue necesitando de consoladores, de sembradores de esperanza, de samaritanos que aún con peligro de sus vidas se sigan esforzando por hacer llegar alimento a personas solas, por acompañar a ancianos y atender sus necesidades, por ofrecer auxilio a personas con hambre o sin hogar, por atender a personas desesperadas o rotas, por trabajar de sol a sol para resolver problemas sanitarios, logísticos, de producción de alimentos, de seguridad ciudadana. Estamos viendo esperanza para este mundo pues los samaritanos surgen de debajo de las piedras, pero además de la ayuda física hace falta la ayuda psicológica y espiritual consolando al pueblo de Dios, sembrando esperanza, robusteciendo la fe.

Adentrarse en el desierto y cruzar la estepa necesitará también de personas que, como tú, sean consoladores para allanar el camino, rebajar montes y cerros y elevar los valles en la salida del exilio. Serán sembradores de esperanza que, fuertes en Dios, sabrán llevar no sólo comida, dinero, transporte, medicinas, compañía, consuelo, sino también fe en un Dios bueno y presente en medio de nosotros, que cuida de su rebaño de manera providente en las vicisitudes y nos abre las puertas de su corazón para manifestarnos su gloria y llenarnos de esperanza por su Reino. Hombre y mujeres centrados en Cristo resucitado, Dios con nosotros. Un Dios que se hace pan y vino para dejarse comer y alimentar el alma de todos los que se acerquen a Él.

Aprovechemos de las gracias que Dios derrama comulgando su pan de vida, auténtico viático para el camino que nos toca vivir.

Jose Gardener
Sembradores de esperanza.

 

[1] del dia 7-12-2016
[2] Isaías (40,1-2.3-5).

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